INTRODUCCIÓN
La Biblia hebrea, el Antiguo Testamento, ¿es algo más que una reliquia histórica a la que se tributa una cortés reverencia, por ser la fuente de las tres grandes religiones occidentales? ¿Tiene algo que decir al hombre de hoy, el hombre que vive en un mundo de revolución, automatización, armas nucleares, con una ideología materialista que, explícita o implícitamente, niega los valores religiosos?
Parecería difícil sostener que la Biblia Hebrea tiene aún significado. El Antiguo Testamento (incluidos los Apócrifos) es una colección de escritos de muchos autores, compuestos a lo largo de más de un milenio (desde cerca del 1200 al 100 a. G). Contiene códigos de leyes, relatos históricos, poemas profecías, que son sólo una parte de la literatura, más vasta, producida por los hebreos durante esos once siglos. Estos libros se escribieron en un pequeño país situado en la encrucijada entre Asia y África, para hombres que vivían en una sociedad que ni cultural ni socialmente tenía semejanza con la nuestra.
Sabemos, por supuesto, que la Biblia hebrea fue una de las principales fuentes de inspiración, no solamente del judaísmo, sino también del cristianismo y del Islam, y que por lo tanto influyó profundamente en el desarrollo cultural de Europa, América y el Cercano Oriente. Sin embargo, hoy día parece que, aun entre los judíos y los cristianos, la Biblia hebrea no es mucho más que una venerada voz del pasado. Entre muchos cristianos, el Antiguo Testamento es poco leído en comparación con el Nuevo Testamento. Además, mucho de lo que se lee está a menudo distorsionado por prejuicios. Frecuentemente se cree que el Antiguo Testamento expresa exclusivamente los principios de justicia y de venganza, en contraste con el Nuevo Testamento, que representa los principios del amor y de la misericordia; hasta hay muchos que piensan que la máxima "ama a tu prójimo como a ti mismo" procede del Nuevo
Testamento, no del Antiguo. O se cree que el Antiguo Testamento fue escrito exclusivamente con un espíritu de nacionalismo estrecho, y que no contiene nada del universalismo internacional, tan característico del Nuevo. Por cierto, existen alentadoras pruebas de un cambio en la actitud y en la práctica, tanto de los protestantes como de los católicos, pero aún queda mucho por hacer.
Los judíos que asisten a los servicios religiosos están más familiarizados con el Antiguo Testamento, dado que se lee una parte del Pentateuco2 cada sábado, y lo mismo los lunes y los jueves; y todo el Pentateuco se completa una vez cada año. Este conocimiento se acrecienta por el estudio del Talmud, con sus innumerables citas de las Escrituras. Aunque los judíos que siguen actualmente esta tradición son una minoría, este modo de vida era común a todos hasta hace solamente un siglo y medio. En la vida tradicional de los judíos, el estudio de la Biblia era fomentado por la necesidad de fundamentar todas las ideas y enseñanzas religiosas nuevas en la autoridad de los textos bíblicos. Pero este uso de la Biblia tuvo, sin embargo, un efecto ambiguo. Dado que los versículos bíblicos se utilizaban para apoyar las ideas o leyes religiosas nuevas, se los citaba frecuentemente fuera del contexto, y se les imponía una interpretación que no correspondía a su real significado. Aun cuando no se dieran tales distorsiones, frecuentemente interesaba más la "utilidad" de un versículo como apoyo de una idea nueva que el significado del contexto total en que se encontraba.
De hecho, el texto de la Biblia se conoció mejor a través del Talmud y de las recitaciones semanales que a través del estudio directo y sistemático. El estudio de la tradición oral (Mishná, Guemara) tenía una importancia mayor y presentaba estímulos intelectuales más fuertes.
A través de los siglos, los judíos interpretaron la Biblia no solamente dentro del espíritu de su propia tradición sino también, en gran medida, bajo las influencias de otras culturas con las que los sabios judíos estaban en contacto. Así, Filón vio el Antiguo Testamento con el espíritu de Platón; Maimónides con el de Aristóteles; Hermann
Cohén, con el de Kant. Los comentarios clásicos, no obstante, se escribieron en la Edad Media. El más sobresaliente comentador es el Rabí Salomón ben Isaac (1040-1105), conocido como Rashi, que interpretó la Biblia dentro del espíritu conservador del feudalismo medieval.3 A pesar de ello, lo cierto es que sus comentarios sobre la Biblia hebrea, como los de otros, clarificaron el texto desde el punto de vista lingüístico y lógico, y frecuentemente lo enriquecieron remitiéndolo a las compilaciones de los rabies, la tradición mística judía, y algunas veces a los filósofos árabes y judíos.
A las múltiples generaciones judías posteriores al final de la Edad Media, particularmente a los judíos que vivían en Alemania, Polonia, Rusia y Austria, el espíritu medieval de estos comentarios clásicos les ayudó a reforzar las tendencias enraizadas en la propia situación de habitantes de los ghettos, donde tenían poco contacto con la vida social y cultural de la Edad Moderna. Por otra parte, los judíos que desde el fin del siglo XVII pasaron a formar parte de la cultura europea contemporánea tenían poco interés, en general, por estudiar el Antiguo Testamento.
El Antiguo Testamento es un libro abigarrado, escrito, editado, compilado y recompilado por muchos en el curso de milenios, y que contiene en sí mismo una notable evolución que va desde el autoritarismo primitivo y la mentalidad de clan, hasta la idea de la libertad radical del hombre y la hermandad de todos los seres humanos. El Antiguo Testamento es un libro revolucionario. Su tema es cómo se liberó el hombres de los lazos incestuosos que lo unían a la sangre y al suelo, de la sumisión a los ídolos, de la esclavitud, de los amos poderosos, hasta llegar a la libertad para el individuo, para la nación y para toda la humanidad.4 Quizás nosotros, hoy día, podemos comprender la Biblia hebrea mejor que cualquier época precedente, precisamente porque vivimos en una época de revolución, en la cual el hombre, a pesar de muchos errores que lo han llevado a nuevas formas de dependencia, se está liberando de todas las formas de esclavitud social otrora sancionadas por "Dios" y las "leyes sociales". Quizás, paradójicamente, uno de los libros más
antiguos de la cultura occidental puede ser comprendido mejor por quienes están menos encadenados por la tradición y tienen mayor conciencia de la naturaleza radical del proceso de liberación que se está desarrollando en el momento presente.
Es necesario decir algunas palabras acerca de mi posición respecto de la Biblia en este libro. No la considero la "palabra de Dios", no solamente porque el examen histórico demuestra que es un libro escrito por muchos hombres —hombres diferentes que vivieron en épocas diferentes— sino también porque yo no soy teísta. Sin embargo, para mí es un libro extraordinario, que expresa muchas normas y principios que han conservado su validez durante miles de años. Es un libro que ha proclamado a la humanidad una visión que es aún válida, y espera su realización.
No fue escrito por un solo hombre, ni tampoco dictado por Dios; expresa el genio de un pueblo en su lucha por la vida y la libertad a través de muchas generaciones.
Aunque considero que la crítica histórica y literaria del Antiguo Testamento es sumamente importante dentro de su propio marco de referencia, no la he creído esencial para el propósito de este libro, que es ayudar a comprender el texto bíblico y no el dar un análisis histórico. Sin embargo, cuando me parezca importante referirme a los resultados del análisis histórico o literario de la Biblia hebrea, así lo haré.
Los compiladores de la Biblia no siempre resolvieron las contradicciones que se daban entre las distintas fuentes que usaron. Pero deben de haber sido hombres de gran comprensión y sabiduría para poder transformar las múltiples partes en una unidad que refleja un proceso evolutivo cuyas contradicciones son aspectos de un solo todo. Su trabajo de compiladores, como también el trabajo de los sabios que hicieron la selección final de las Sagradas Escrituras, es, en un sentido amplio, un trabajo original.
La Biblia hebrea, en mi opinión, puede ser tratada como un libro único, a pesar de haber sido compilada de muchas fuentes. Se ha convertido en un libro único no sólo merced al trabajo de los dife-
rentes editores, sino también porque ha sido leída y comprendida como un libro único durante los últimos dos mil años. Además, los pasajes particulares cambian de sentido al ser trasladados de su fuente original al nuevo contexto del Antiguo Testamento consi-derado como un todo. Dos ejemplos pueden servir para ilustrar esta afirmación. En Génesis 1:26 dice Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen." Esto, según muchos especialistas en el Antiguo Testamento, es una sentencia arcaica, introducida sin muchos cam-bios por el compilador del Codex Priestley. Según algunos autores, la sentencia concibe a Dios como un ser humano. Esto puede ser perfectamente cierto en lo que concierne al significado original, arcaico, del texto; pero surge la cuestión de por qué el editor de este pasaje, que indudablemente no tenía tal concepto arcaico de Dios, no modificó la sentencia. Yo creo que la razón es que, para él, la sentencia significaba que el hombre, al haber sido creado por Dios, tiene una condición divina. Otro ejemplo es la prohibición de hacer imágenes de Dios o de usar su nombre. Puede muy bien ser que originariamente esta prohibición derivase su sentido de una costumbre arcaica, que se encuentra en algunos cultos semíticos, de considerar a Dios y a su nombre como tabú. Por esta razón prohibían hacer su imagen y usar su nombre. Pero en el contexto de todo el libro, el significado del tabú arcaico se ha transformado en una idea nueva; a saber, que Dios no es una cosa, y por lo tanto no puede ser representado por un nombre o por una imagen.
El Antiguo Testamento es el documento que narra la evolución de una nación, pequeña y primitiva, cuyos dirigentes espirituales insistían en la existencia de un Dios y en la no existencia de los ídolos, hasta llegar a una religión que implica la fe en un Dios sin nombre, en la unificación final de todos los hombres, en la libertad completa de cada individuo.
La historia judía no se detuvo cuando terminaron de codificarse los veinticuatro libros del Antiguo Testamento. Continuó su marcha, y a lo largo de todo su curso, siguió impulsando la evolución de ideas que había comenzado en la Biblia hebrea. Hubo dos líneas de continuidad:
una está expresada por el Nuevo Testamento, la Biblia cristiana; la otra, por la secuencia judía que usualmente se denomina "la tradición oral". Los sabios judíos han insistido siempre en la continuidad y unidad de la tradición escrita (el Antiguo Testamento) y la tradición oral. Esta última también ha sido codificada. Su parte más antigua, la Mishná, alrededor del año 200 d. C; la más reciente, la Guemará, alrededor del 500 d. C. Es un hecho paradójico que quienes sostienen la posición de tomar a la Biblia tal cual históricamente es, es decir, como una selección de escritos pertenecientes a muchos siglos distintos, puedan sin dificultad coincidir con la opinión tradicional en lo que respecta a la unidad entre la tradición oral y la tradición escrita. La tradición oral, como la Biblia escrita, contiene el registro de ideas expresadas durante un lapso mayor de mil doscientos años. Si pudiéramos imaginar que se escribiera una segunda Biblia judía, ésta contendría el Talmud, los escritos de Maimónides, la Cabala, y también los dichos de los maestros jasídi-cos. Si imagináramos tal colección de escritos, veríamos que cubre solamente unos pocos siglos más que el Antiguo Testamento; habría sido compuesta por muchos autores que habrían vivido en circunstancias enteramente distintas y contendría tantas ideas y doctrinas contradictorias como la Biblia misma. Por supuesto, esta segunda Biblia no existe, y por muchas razones no hubiera podido compilarse. Pero lo que quiero mostrar con esta suposición es que el Antiguo Testamento representa el desarrollo de un conjunto de ideas a través de un largo período, y que estas ideas han seguido desarrollándose durante un período aún más largo después de codificado el Antiguo Testamento. Esta continuidad se demuestra vivida y gráficamente en cada página de un ejemplar del Talmud impreso hoy día; no solamente contiene la Mishná y la Guemará sino también los comentarios posteriores y los tratados escritos hasta el presente, desde antes de Maimónides hasta después del Gaón de Vilna.
El Antiguo Testamento y la tradición oral contienen, ambos, contradicciones, cada uno dentro de sí, pero las contradicciones son de un carácter algo diferente. Las contradicciones del Antiguo
Testamento se deben principalmente a la evolución vivida por los hebreos desde que eran una pequeña tribu nómade hasta convertirse en el pueblo que vivió en Babilonia y fue posteriormente influido por la cultura helenística. En el período que sigue a la terminación del Antiguo Testamento, las contradicciones no consisten en la evolución de la vida arcaica a la vida civilizada. Consisten más bien en la constante escisión entre varias tendencias distintas que se prolongan a lo largo de toda la historia del judaísmo, desde la destrucción del Templo hasta la destrucción por Hitler de los centros tradicionales de la cultura judía. Esta escisión es la escisión entre nacionalismo y universalismo, conservadorismo y radicalismo, fanatismo y tolerancia. La fuerza de ambas alas —y de los múltiples sectores dentro de cada una de ellas— tiene, por supuesto, sus razones. Éstas han de buscarse en las condiciones específicas de los países donde se desarrolló el judaísmo (Palestina, Babilonia, el norte islámico de África, España, la Europa cristiana medieval, la Rusia zarista), y en las distintas clases sociales de las que procedían los eruditos.5
Las observaciones precedentes se refieren a la dificultad de interpretar la Biblia y la tradición judía posterior. Interpretar un proceso evolutivo significa mostrar el desarrollo de ciertas tendencias que se han desenvuelto a lo largo del proceso de evolución. Esta interpretación hace necesario seleccionar los elementos que constituyen la corriente principal o al menos una corriente principal en el proceso evolutivo; esto significa valorar ciertos factores, seleccionando unos como más representativos que otros. Una his-toria que asignara la misma importancia a todos los hechos no sería más que una enumeración de los acontecimientos, y no lograría penetrar en el sentido de los acontecimientos. Escribir la historia significa siempre interpretar la historia. El problema reside en saber si el intérprete tiene suficiente conocimiento de los hechos y suficiente respeto por ellos como para evitar el peligro de seleccionar algunos datos para apoyar una tesis preconcebida. La interpretación que se dará en estas páginas se propone cumplir una sola condición; los pasajes de la Biblia, el Talmud, y la literatura judía posterior en los
que se apoya no son expresiones ocasionales o excepcionales, sino aseveraciones formales hechas por figuras representativas, y que forman parte de un esquema de pensamiento coherente y en desarrollo. Además, no deben ignorarse las aseveraciones contradictorias, sino que deben tomarse por lo que son: partes de un todo en el cual esquemas de pensamiento contradictorios existieron juntamente con el que se destaca en este libro. Exigiría una obra de mucho mayor alcance el dar las pruebas de que el pensamiento humanista radical es el único que marca las principales etapas de esta evolución de la tradición judía, en tanto que el esquema nacionalista y conservador es una reliquia, relativamente no modificada, de tiempos antiguos, y nunca participó en la evolución progresiva del pensamiento judio en su contribución a los valores hu-manos universales.
Aunque no soy especialista en el campo de la filología bíblica, este libro es el producto de muchos años de reflexión, por cuanto vengo estudiando el Antiguo Testamento y el Talmud desde mi niñez. De todos modos, no me hubiera atrevido a publicar estos comentarios de las Escrituras si no fuera por el hecho de que he recibido mi orientación fundamental en lo que concierne a la Biblia hebrea y a la tradición judía posterior, de maestros que eran grandes sabios rabínicos, representantes todos ellos del ala humanista de la tradición judía, y a la vez judíos de estricta observancia. Diferían, sin embargo, mucho entre sí. Uno de ellos, Ludwig Krause, era un tradicionalista que había sido poco tocado por el pensamiento moderno. Otro, Nehemías Nobel, era un místico, profundamente imbuido del misticismo judío y, a la vez, del pensamiento humanista occidental. El tercero, Salman B. Rabino, enraizado en la tradición jurídica, era un socialista y un erudito moderno. Aunque ninguno de ellos dejó escritos extensos, se encontraban reconocidamente entre los más eminentes especialistas del Talmud que vivieron en Alemania antes del holocausto nazi. Por no ser judío practicante o "creyente", estoy, por supuesto, en una posición muy diferente de la de ellos, y de ningún modo quisiera presentarlos como responsables de las ideas
expuestas en este libro. Sin embargo, mis opiniones se han desarrollado a partir de sus enseñanzas, y estoy convencido de que en ningún momento se interrumpió la continuidad entre sus enseñanzas y mis propias opiniones. También he sido alentado a escribir este libro por el ejemplo del gran kantiano Hermann Cohén, quien en su libro Die Religión der Vernunft aus den Quellen des Judentums, siguió el método de considerar como un todo al Antiguo Testamento y la tradición judía posterior. Aunque este librito no puede compararse con su obra y si bien mis conclusiones difieren de las suyas, mi método ha sido fuertemente influido por su modo de considerar la Biblia.
La interpretación de la Biblia que se da en este libro es la del humanismo radical. Por humanismo radical entiendo una filosofía global que insiste en la unicidad de la raza humana; en la capacidad del hombre para desarrollar sus propios poderes, y para llegar a la armonía interior y establecer un mundo pacífico. El humanismo radical considera como fin del hombre la completa independencia, y esto implica penetrar a través de las ficciones e ilusiones hasta llegar a una plena conciencia de la realidad. Implica, además, una actitud escéptica respecto del empleo de la fuerza; precisamente porque, a lo largo de la historia del nombre, la fuerza ha sido, y sigue siendo (al crear el temor) lo que ha predispuesto al hombre para tomar la ficción por la realidad, las ilusiones por la verdad. La fuerza volvió al hombre incapaz de independencia y, consiguientemente, embotó su razón y sus emociones.
Si es posible descubrir los gérmenes del humanismo radical en las fuentes más antiguas de la Biblia, esto obedece solamente a que conocemos el humanismo radical de Amón, de Sócrates, de los humanistas del Renacimiento y de la Ilustración, de Kant, Herder, Lessing, Goethe, Marx, Schweitzer. El germen resulta reconocible con claridad sólo cuando conocemos la flor; las fases iniciales sólo pueden interpretarse por las fases posteriores, aunque, genéticamente, las fases iniciales preceden a las posteriores.
Hay otro aspecto del humanismo radical que es necesario mencionar. Las ideas, especialmente si las ideas no son solamente las ideas de un individuo sino que han sido integradas en el proceso histórico, tienen su raíz en la vida real de la sociedad. Por lo tanto, si se admite que la idea del humanismo radical es una tendencia fundamental dentro de la tradición bíblica y postbíblica, se ha de admitir que existieron, a todo lo largo de la historia de los judíos, con-diciones básicas que dieron origen a la existencia y desarrollo de la tendencia humanística. ¿Existen tales condiciones fundamentales? Creo que existen y que no es difícil descubrirlas. Los judíos poseyeron un poder secular efectivo y ponderable solamente durante un breve tiempo; de hecho, sólo durante unas pocas generaciones. Después de los reinados de David y Salomón, la presión de los grandes poderes que estaban al Norte y al Sur creció hasta tal punto que Judá e Israel vivieron bajo el creciente temor de ser conquistados. Y efectivamente fueron conquistados para no recuperarse nunca. Aunque los judíos tuvieron posteriormente independencia política, fueron un satélite pequeño e impotente, sometido a grandes potencias. Cuando los romanos, finalmente, pusieron fin a su estado, después de que Rabí Iojanan ben Zakkai se pasó al bando romano, pidiendo solamente autorización para abrir una academia en Iabne donde preparar a las futuras generaciones de eruditos rabínicos, salió a la luz un judaísmo sin rey y sin sacerdotes, que venía desarrollándose por siglos detrás de una fachada a la que los romanos no hicieron más que dar el golpe final. Aquellos profetas que habían denunciado la admiración idolátrica por el poder secular, fueron vindicados por el curso de la historia. Así, fueron las enseñanzas de los profetas, y no el esplendor de Salomón, lo que pasó a ser la influencia dominante y duradera sobre el pensamiento judío. Desde entonces, los judíos, en cuanto nación, nunca reconquistaron el poder. Por el contrario, a lo largo de la mayor parte de su historia, sufrieron a manos de los que estaban en condiciones de emplear la fuerza. Indudablemente, su posición podía, a pesar de ello, como efectivamente ocurrió, dar origen al resentimiento nacionalista, al espíritu de clan, a la arrogancia; y ésta
es la base de la otra tendencia dentro de la historia judía que hemos mencionado más arriba.
¿Pero no es natural que la historia de la liberación de la esclavitud en Egipto, los discursos de los grandes profetas humanistas, tuvieran un eco en los corazones de hombres que solamente habían experi-mentado la fuerza como objetos pacientes, nunca como sus ejecutores? ¿Es sorprendente que la visión profética de una humanidad unida y pacífica, de justicia para los pobres y desvalidos, encontrara un suelo fértil entre los judíos y no fuera nunca olvidada? ¿Es sorprendente que, cuando las murallas de los ghettos cayeron, estuvieran los judíos, en número desproporcionadamente grande, entre los que proclamaban los ideales del internacionalismo, la paz y la justicia? Lo que desde un punto de vista mundano fue la tragedia de los judíos —la pérdida de su país y de su estado—, desde el punto de vista humanístico fue su más grande bendición. Por encontrarse entre los sufrientes y despreciados, fueron capaces de desarrollar y defender una tradición de humanismo.
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